Medicina Energética y Otras Yerbas

Revista sobre salud, cuerpo, energía, sociedad y hasta orgonomía…


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La mirada y la trampa

Clonación de Idiotas

Es importante conversar un poco acerca del sitio desde dónde estas cosas de la vida son vistas. Imaginemos que estamos observando el planeta Tierra desde cierta distancia. Hace unos cincuenta siglos emprendimos un viaje por pura curiosidad -rasgo muy humano hasta donde sabemos- y ahora estamos de regreso, acercándonos al hogar natal. ¡El universo es demasiado vasto como para abarcarlo con una sola mirada! ¡Existen muchos soles y planetas! Probablemente hay muchos y desconocidos compañeros de destino en esa inmensidad. O por lo menos sería muy raro que no los hubiera, pero ése no es el tema. Dejemos la cosa allí porque si los seres vivos estuviéramos solos en el universo, tampoco nuestra problemática cambiaría demasiado. En todo caso, cometamos la valentía de no esperar soluciones externas a nuestro planeta. Y, mucho menos, de achacar a supuestos extra-terrestres el origen de nuestros males.

Bueno: nuestro medio de transporte va acercándose a la Tierra y ya empiezan a alarmarnos algunas características físicas que no existían al momento de la partida. Comprobamos con desánimo que el jardín que dejamos se ha transformado en un gigantesco tacho de basura: la temperatura media se ha elevado, la capa de ozono no cuida tanto como antes al desarrollo de la vida, el agua, la tierra y el aire se envenenan a una velocidad que hace temer por la continuidad de la vida, la superpoblación mundial amenaza con hacer inviable la vida humana, muchas especies han desaparecido por obra del hombre.

Vemos muchas ciudades que parecen gigantescos hormigueros protagonizados por nerviosos integrantes que chocan y se agitan presos de una fiebre que merecería reposo pero que, sin embargo, parecen ignorar su loca agitación. Vemos millones de hambrientos deambulando por el mundo, sin ocupación ni ganas de nada; apenas parecen una sombra que espera su final. Vemos muchos otros atareados en consumir pavadas e insignificancia enlatada.

En un momento nos parece que hemos equivocado el rumbo y que, en realidad, estamos instalados en una pesadilla. Entonces examinamos a ciertos ejemplares significativos para intentar entender estos cambios. Y a diferencia de lo que conocíamos hace cincuenta siglos, aparece un humano físicamente mucho más pobre y hasta con signos de marcada atrofia en el sistema muscular, especialmente en brazos y piernas mucho menos potentes que antaño. ¡Parecen casi-paralíticos!  Los que pueden juegan mirando un monitor, o pasan la mayor parte de su tiempo sentados detrás de escritorios hasta que suena un timbre y entonces se produce un desbande fenomenal, que los precipita corriendo hasta un medio de transporte. A continuación se encierran en diminutos departamentos o pequeñas casas para volver a instalarse delante de una pantalla donde se ven espectáculos dignos de una concentrada  obra maestra del terror. Mientras tanto se alimentan de basura procesada que no admitiría ni siquiera un robot primitivo. Al día siguiente: igual. Y así sucesivamente.

¡Este es un día estándar del planeta Tierra!

Buscamos un poco más profundo y nos detenemos en el cerebro medio, antes de echar una mirada a la verdad: la forma en que cada humano vive los primeros años de su vida. La funcionalidad del cerebro medio nos sorprende porque estos humanos utilizan de manera casi exclusiva algunas áreas de la corteza asociadas al pensamiento lógico. Y a eso le llaman ser “inteligentes”, pero sólo les ha servido para fabricar puentes y aparatos, muchos de ellos sin sentido y sólo diseñados para ganar dinero con su venta. Por debajo y a los costados de ese sector de corteza que bulle de actividad, las otras regiones corticales asociadas a la creatividad y al simple goce de la existencia están casi desocupadas. Muy pocos se animan a utilizarlas y no saben o no se interesan por divulgar su existencia. (Luego nos enteramos que quienes habían tratado de hacerlo tuvieron un final poco feliz).

Decidimos llegar al sitio central del enigma de la vida: la vida emocional, para ver qué cosa encontrábamos, ya que sabíamos que allí estaría la explicación de tanto desatino. Nos metimos en el corazón de muchos hombres para sentir con ellos y encontrar la explicación de esta versión (subversión) de la especie a la cual también pertenecemos. Sólo encontramos algunos pocos exponentes humanos con el corazón bien puesto, pero estos sufrían demasiado ante la atrocidad ambiente. La mayoría casi carecía de vida emocional: sólo estaban llenos de una gran angustia que no sabían cómo disimular, lo cual empujaba, a unos pocos, a adquirir poder y dinero en una competencia salvaje y de dientes apretados, con el consiguiente beneplácito de los odontólogos.  ¡Un panorama terrible y dantesco!

¿Cómo habían logrado llegar a este grado de infelicidad colectiva?

¿Cómo habían hecho para ignorar las reglas esenciales de la vida y apartarse tan absurdamente de sus mejores posibilidades?

Nos dedicamos a observar sus variados sistemas de creencias y pensamiento, pero también los sucesos acontecidos durante los primeros años de vida porque ellos resultan indispensables para entender la organización social y los caminos de las vidas de las gentes. Y primero fue sorprendente considerar la falta de coherencia entre las palabras y los hechos. Pero también advertir que la mayoría de los humanos parecían autómatas, seres programados para seguir por un camino fatal. ¡Aceptaban mansamente este catálogo de desatinos sin inmutarse y procediendo disciplinadamente, sin indignación ni demasiada oposición!  Apenas algunos se rebelaban, pero eran rápidamente neutralizados o directamente eliminados si se constituían en un peligro “para el normal y sano desarrollo de las instituciones humanas”. Algunos eran artistas y otros revolucionarios, muchos sin propuesta, pero asqueados por lo que vivían. Un pequeño número eran declarados locos o subversivos, según conviniera.

Pero lo más asombroso era comprobar que la soberbia civilización humana se había convertido en una máquina de clonar idiotas.

 

Nacer en La Trampa

Para una criatura que nace con todos los honores, que es esperado, festejado y produce una gran y positiva emoción en quienes lo esperan, nacer parece un pasaporte al éxito, a la ilusión. Una de las cosas que hemos aprendido acerca de nuestro cerebro es que la sola visión de un cachorro –humano o no- produce ternura, empatía, buenos sentimientos. Y hasta gestos solidarios que ennoblecen la vida. Lo sabe y lo siente, por ejemplo, una tigresa del zoológico de Luján, que adoptó a un cachorro de león rechazado por su madre, integrándolo al grupo formado por sus cuatro hijos “legítimos”.

La vida sigue siendo una fiesta, una especie de milagro.

Cualquier nacimiento de un ser vivo es emocionante.

Y uno tiende, naturalmente, a desearle buenaventura, felicidad.

En el caso de los humanos, hasta parece que tuviéramos la obligación de pasar por la vida con una sonrisa (Borges dice que tenemos la obligación de ser felices), y es lo que se espera de cualquier sapiens, el declarado “rey de la creación”.

A esta altura está claro que no somos ni reyes ni creados.

Simplemente somos un episodio más de la maravillosa aventura que comenzaron las bacterias hace unos 3900 millones de años. Saber, ahora, que la vida compleja de los individuos pluricelulares es un desarrollo creativo de las bacterias, podría ayudarnos a encontrar un lugar más sabio y objetivo en el reino de los vivos.

Ahora bien: se supone que hemos crecido, que hemos evolucionado como especie desde que los primeros ancestros humanos comenzaron a erguirse y a utilizar movimientos complejos de las manos, al tiempo que aguzaban la vista y el oído, cosa que sucedió hace unos 4 millones de años. Y parece que hemos “domado a la naturaleza” para imponerle nuestros designios. También podríamos pensar que hubo algún avance en los aspectos organizativos de la existencia, consistentes en la utilización del fuego, el desarrollo de la agricultura y el ensayo de sistemas sociales cuyo objetivo es garantizar los derechos humanos e impulsar estilos de convivencia más o menos respetuosos y solidarios. Al mismo tiempo, se ha incrementado (a veces con argucias o métodos falaces) la productividad y oferta de alimentos y mejoraron los sistemas de utilización de agua y eliminación de excretas. Es por éstas razones que vivimos o duramos más y no por el “avance de la medicina”.

Pareciera, entonces, que comenzamos una era de felicidad sostenida y eficiente.

Una etapa “de disfrute” en la existencia humana gracias al desarrollo de técnicas que permitieron a un grupo de humanos caminar un rato por la Luna y luego volver a casa sanos, salvos, impresionados para siempre y felices.

 Sin embargo las cosas no son así.

En ningún lugar el hombre da la impresión de ser una criatura feliz.

El mismo recién nacido que resume las esperanzas y las expectativas de la especie, no tiene un futuro tan brillante, incluso aceptando una verdad elemental, indiscutible: la vida no tiene porqué ser fácil. Y de hecho no lo es.

La verdad es que ninguno de los recién nacidos humanos tiene entrada gratis al paraíso.

Un porcentaje importante de ellos morirá antes del primer año de vida, y la mayoría de los sobrevivientes pasará hambre y una cantidad grosera de privaciones y sufrimiento simplemente para seguir vivos. Es más: pocos de ellos evitarán la condena de ser marginales y tal vez se pregunten, alguna vez, a qué se debe el error de haber nacido.

A los que zafan de esa clase de riesgo tampoco le esperan honores y dicha “automática”: las características de la organización social impedirán el ejercicio de la libertad y simplemente serán piezas de poca importancia en la trama social. Las ilusiones de amor verdadero, crecimiento personal y felicidad quedarán para las películas. O serán parte de la gigantesca estafa en la cual viven las sociedades humanas.

Porque éste es el asunto: hay una trama mentirosa en el origen. Uno “llega” (nace) a un lugar donde las reglas son extremadamente rígidas y, por lo general, tienden a reprimir los sanos impulsos instintivos para suplantarlos por estructuras vacías de contenido y exclusivamente diseñadas para perpetuar poderes abusivos y elogiar la conducta pasiva y obsecuente de los “buenos ciudadanos”.

Para colmo, una de las anheladas invenciones humanas, el amor romántico, ni es para todos ni dura demasiado. Y los problemas que la vida plantea a cualquier individuo vivo, y que debe resolver simplemente para sobrevivir, se erigen en horribles y tenebrosas murallas que devienen en algo pantanoso o se parecen demasiado a la red que la habilidosa araña teje para atrapar su comida.

Y no hay demasiado más. Es evidente que casi nadie es feliz adonde realmente vale la pena serlo, en la “simple” vida emocional además de comer y dormir bajo un techo.

La libertad y la felicidad (aun admitiendo que naturalmente no se consiguen por el sólo hecho de quererlo) son falsas promesas hechas a ese mismo recién nacido que nos emociona y nos deja el corazón tibio de solo mirar esos conmovedores momentos que tiene la vida siempre que comienza.

Pura ilusión: “el hombre nace libre y, sin embargo, recorre la vida como un esclavo”. Mera ilusión porque ahora sabemos que, en realidad y pese a la apariencia y los buenos deseos, nacemos esclavos y nos toca un duro camino por delante para liberarnos, siempre que podamos llegar a tener ese deseo y la capacidad y la buena fortuna para lograrlo. También hay que preguntarse: ¿liberarnos de qué, lograr qué? Entonces es el momento de volver a las bacterias, a la fuente de la vida: la supuesta “salvación” nunca puede ser individual, simplemente porque la vida, desde sus orígenes, es un fenómeno colectivo, una variedad de cooperativa, si quieren.

Nacer en La Trampa implica demasiado sufrimiento durante los años de existencia: demasiadas promesas vacías que se transforman en una condena al lograr tan poco y a precios exorbitantes. Realmente, la famosa ecuación costo-beneficio de los economistas no funciona bien en el caso de los humanos y hasta podría decirse que la inversión no vale la pena.

Preso y acorazado en su interior, en el mismo corazón de la vida emocional, el hombre anda por la vida como un náufrago que fácilmente se agarra de maderos que no puede elegir: el primero que pasa es el mejor, pero puede que sea el peor. Y eso es lo que suele suceder.

Y claro, si la supuesta libertad para vivir no existe o no funciona, ¿qué puede hacer un mamífero cuando las cosas se ponen difíciles, sino intentar el camino de retorno al protector útero materno?

Esta inseguridad básica, producto del miedo que produce vivir a secas, desemboca en actitudes desastrosas, peores que los conflictos no resueltos. Por ejemplo: renunciar a la mejor vida posible para quedarse con la que se puede, habitualmente su versión desdibujada y gris.

Pero esta mirada, extremadamente cruda para evitar la tenebrosa auto-indulgencia y la frivolidad idiota, también tiene la esperanza abierta. Y esa esperanza necesita lucidez, valentía y una nueva construcción.

Algo así como empezar de nuevo desde lo que realmente somos hoy, pero bien.

Carlos Inza


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Experimento de Milgram

Cada lector podrá sacar sus conclusiones después de la lectura de este “experimento” (e incluso verificar otras fuentes para verificar su autenticidad). También podrá argumentar en contra de las conclusiones, diciendo que se trata de un artificio para denostar injustamente a gran parte de la sociedad que conocemos y protagonizamos. Pero, lamentablemente, las consecuencias son lamentables y difíciles de rebatir. Se trata, nada y nada menos, que de un capítulo más en la larga secuencia de formación y desarrollo de la clonación de idiotas. Pasen y sírvanse. Lo que sigue es una cita textual de Wikipedia, información que también puede encontrarse en muchas otras fuentes y con similares características. (http://es.wikipedia.org/wiki/Experimento_de_Milgram)

clonacion

El investigador (E) persuade al participante (S) para que dé lo que éste cree son descargas eléctricas dolorosas a otro sujeto (A), el cual es un actor que simula recibirlas. Muchos participantes continuaron dando descargas a pesar de las súplicas del actor para que no lo hiciesen.

El experimento de Milgram fue un famoso ensayo científico de psicología social llevado a cabo por Stanley Milgram, psicólogo en la Universidad de Yale, y descrito en un artículo publicado en 1963 en la revista Journal of Abnormal and Social Psychology bajo el título Behavioral Study of Obedience (Estudio del comportamiento de la obediencia) y resumido en 1974 en su libro Obedience to authority. An experimental view (Obediencia a la autoridad. Un punto de vista experimental). El fin de la prueba era medir la buena voluntad de un participante a obedecer las órdenes de una autoridad aun cuando éstas puedan entrar en conflicto con su conciencia personal.

Los experimentos comenzaron en julio de 1961, un año después de que Adolf Eichmann fuera juzgado y sentenciado a muerte en Jerusalén por crímenes contra la humanidad durante el régimen nazi en Alemania. Milgram estaba intrigado acerca de cómo un hombre completamente normal e incluso aburrido y que no tenía nada en contra de los judíos había podido ser un activo participe del Holocausto. ¿Podría ser que él y el millón de cómplices únicamente siguiesen órdenes?

Milgram lo resumiría al escribir:

Los aspectos legales y filosóficos de la obediencia son de enorme importancia, pero dicen muy poco sobre cómo la mayoría de la gente se comporta en situaciones concretas. Monté un simple experimento en la Universidad de Yale para probar cuánto dolor infligiría un ciudadano corriente a otra persona simplemente porque se lo pedían para un experimento científico. La férrea autoridad se impuso a los fuertes imperativos morales de los sujetos (participantes) de lastimar a otros y, con los gritos de las víctimas sonando en los oídos de los sujetos (participantes), la autoridad subyugaba con mayor frecuencia. La extrema buena voluntad de los adultos de aceptar casi cualquier requerimiento ordenado por la autoridad constituye el principal descubrimiento del estudio — Stanley Milgram. The Perils of Obedience (Los peligros de la obediencia. 1974)

Método del experimento

A través de anuncios en un periódico de New Haven  (Connecticut) se reclamaban voluntarios para participar en un ensayo relativo al «estudio de la memoria y el aprendizaje» en Yale, por lo que se les pagaba cuatro dólares más dietas. A los voluntarios que se presentaron se les ocultó que en realidad iban a participar en una investigación sobre la obediencia a la autoridad. Los participantes eran personas de entre 20 y 50 años de edad de todo tipo de educación: los había que acababan de salir de la escuela primaria a participantes con doctorados.

El investigador comunica al participante voluntario a investigar y a otro que se hace pasar también por participante, pero que en realidad es un cómplice del investigador, que están participando en un experimento para probar los efectos del castigo en el comportamiento del aprender. Se les señala que es escasa la investigación llevada a cabo en este campo y se desconoce cuánto castigo es necesario para un mejor aprendizaje.

A continuación, cada uno de los dos participantes escoge un papel de una caja que determinará su rol en el experimento. El cómplice toma su papel y dice haber sido designado como «alumno». El participante voluntario toma el suyo y ve que dice «maestro». En realidad en ambos papeles ponía «maestro» y así se consigue que el voluntario con quien se va a experimentar reciba forzosamente el papel de «maestro».

Separado por un módulo de vidrio del «maestro», el «alumno» se sienta en una especie de silla eléctrica y se le ata para «impedir un movimiento excesivo». Se le colocan unos electrodos en su cuerpo con crema «para evitar quemaduras» y se señala que las descargas pueden llegar a ser extremadamente dolorosas pero que no provocarán daños irreversibles. Todo esto lo observa el participante.

Se comienza dando tanto al «maestro» como al «alumno» una descarga real de 45 voltios con el fin de que el «maestro» compruebe el dolor del castigo y la sensación desagradable que recibirá su «alumno». Seguidamente el investigador, sentado en el mismo módulo en el que se encuentra el «maestro», proporciona al «maestro» una lista con pares de palabras que ha de enseñar al «alumno». El «maestro» comienza leyendo la lista a éste y tras finalizar le leerá únicamente la primera mitad de los pares de palabras dando al «alumno» cuatro posibles respuestas para cada una de ellas. Éste indicará cuál de estas palabras corresponde con su par leída presionando un botón (del 1 al 4 en función de cuál cree que es la correcta). Si la respuesta es errónea, el «alumno» recibirá del «maestro» una primera descarga de 15 voltios que irá aumentando en intensidad hasta los 30 niveles de descarga existentes, es decir, 450 voltios. Si es correcta, se pasará a la palabra siguiente.

El «maestro» cree que está dando descargas al «alumno» cuando en realidad todo es una simulación. El «alumno» ha sido previamente aleccionado por el investigador para que vaya simulando los efectos de las sucesivas descargas. Así, a medida que el nivel de descarga aumenta, el «alumno» comienza a golpear en el vidrio que lo separa del «maestro» y se queja de su condición de enfermo del corazón, luego aullará de dolor, pedirá el fin del experimento, y finalmente, al alcanzarse los 270 voltios, gritará de agonía. Lo que el participante escucha es en realidad un grabación de gemidos y gritos de dolor. Si el nivel de supuesto dolor alcanza los 300 voltios, el «alumno» dejará de responder a las preguntas y se producirán estertores previos al coma.

Por lo general, cuando los «maestros» alcanzaban los 75 voltios, se ponían nerviosos ante las quejas de dolor de sus «alumnos» y deseaban parar el experimento, pero la férrea autoridad del investigador les hacía continuar. Al llegar a los 135 voltios, muchos de los «maestros» se detenían y se preguntaban el propósito del experimento. Cierto número continuaba asegurando que ellos no se hacían responsables de las posibles consecuencias. Algunos participantes incluso comenzaban a reír nerviosos al oír los gritos de dolor provenientes de su «alumno».

Si el «maestro» expresaba al investigador su deseo de no continuar, éste le indicaba imperativamente y según el grado:

  • ¡Continúe, por favor!
  • ¡El experimento requiere continuar!
  • ¡Es absolutamente esencial que usted continúe!
  • ¡Usted no tiene opción alguna! ¡Debe continuar!

Si después de esta última frase el «maestro» se negaba a continuar, se paraba el experimento. Si no, se detenía después de que hubiera administrado el máximo de 450 voltios tres veces seguidas.

En el experimento original, el 65% de los participantes (26 de 40) aplicaron la descarga de 450 voltios, aunque muchos se sentían incómodos al hacerlo. Todo el mundo paró en cierto punto y cuestionó el experimento, algunos incluso dijeron que devolverían el dinero que les habían pagado. Ningún participante se negó rotundamente a aplicar más descargas antes de alcanzar los 300 voltios.

El estudio posterior de los resultados y el análisis de los múltiples tests realizados a los participantes demostraron que los «maestros» con un contexto social más parecido al de su «alumno» paraban el experimento antes.

Resultados

Milgram rodó una película documental que demostraba el experimento y sus resultados, titulada Obediencia, cuyas copias originales son difíciles de encontrar hoy en día.

Antes de llevar a cabo el experimento, el equipo de Milgram estimó cuáles podían ser los resultados en función de encuestas hechas a estudiantes, adultos de clase media y psicólogos. Consideraron que el promedio de descarga se situaría en 130 voltios con una obediencia al investigador del 0%. Todos ellos creyeron unánimemente que solamente algunos sádicos aplicarían el voltaje máximo.

El desconcierto fue grande cuando se comprobó que el 65% de los sujetos que participaron como «maestros» en el experimento administraron el voltaje límite de 450 a sus «alumnos», aunque a muchos les situase el hacerlo en una situación absolutamente incómoda. Ningún participante paró en el nivel de 300 voltios, límite en el que el alumno dejaba de dar señales de vida. Otros psicólogos de todo el mundo llevaron a cabo variantes de la prueba con resultados similares, a veces con diversas variaciones en el experimento.

En 1999, Thomas Blass, profesor de la universidad de Maryland publicó un análisis de todos los experimentos de este tipo realizados hasta entonces y concluyó que el porcentaje de participantes que aplicaban voltajes notables se situaba entre el 61% y el 66% sin importar el año de realización ni la localización de los estudios.

Reacciones

Lo primero que se preguntó el desconcertado equipo de Milgram fue cómo era posible que se hubiesen obtenido estos resultados. A primera vista, la conducta de los participantes no revelaba tal grado de sadismo, ya que se mostraban preocupados por su propia conducta. Todos se mostraban nerviosos y preocupados por el cariz que estaba tomando la situación y, al enterarse de que en realidad la cobaya humana no era más que un actor y que no le habían hecho daño, suspiraban aliviados. Por otro lado eran plenamente conscientes del dolor que habían estado inflingiendo, pues al preguntarles por cuánto sufrimiento había experimentado el alumno la media fue de 13 en una escala de 14.

El experimento planteó preguntas sobre la ética de la experimentación científica en sí misma debido a la tensión emocional extrema sufrida por los participantes (aunque se podría decir que dicha tensión fue provocada por sus propias y libres acciones). La mayoría de los científicos modernos considerarían el experimento hoy inmoral, aunque dio lugar valiosos estudios sobre la psicología humana.

En defensa de Milgram hay que señalar que el 84% de participantes dijeron a posteriori que estaban «contentos» o «muy contentos» de haber participado en el estudio y un 15% les era indiferente (respondieron un 92% de todos los participantes). Muchos le expresaron su gratitud más adelante y Milgram recibió en varias ocasiones ofrecimientos y peticiones de ayuda de los antiguos participantes.

Referencias

  • Blass, Thomas. «The Milgram paradigm after 35 years: Some things we now know about obedience to authority», Journal of Applied Social Psychology, 1999, 25, pp. 955-978.
  • Blass, Thomas. (2002), «The Man Who Shocked the World», Psychology Today, 35:(2), Mar/Apr 2002.
  • Blass, Thomas. (2004), The Man Who Shocked the World: The Life and Legacy of Stanley Milgram. Basic Books).
  • Levine, Robert V. «Milgram’s Progress». American Scientist.
    • Book review of «The Man Who Shocked the World: The Life and Legacy of Stanley Milgram». Thomas Blass. xxiv + 360 pp. Basic Books, 2004.
  • Milgram, Stanley. Official website
  • Milgram, Stanley. (1963). «Behavioral Study of Obedience». Journal of Abnormal and Social Psychology 67, 371-378.
  • Milgram, Stanley. (1974), Obedience to Authority; An Experimental View. Harpercollins).
  • Milgram, Stanley. (1974), «The Perils of Obedience» Harper’s Magazine
    • Abridged and adapted from Obedience to Authority.
  • Miller, Arthur G., (1986). «The obedience experiments: A case study of controversy in social science». New York : Praeger.
  • Parker, Ian, «Obedience». Granta  Issue 71, Autumn 2000.
    • Includes an interview with one of Milgram’s volunteers, and discusses modern interest in, and scepticism about, the experiment.
  • Tarnow, Eugen, «Towards the Zero Accident Goal: Assisting the First Officer Monitor and Challenge Captain Errors».
  • Wu, William, «Practical Psychology: Compliance: The Milgram Experiment.».

Es como salir de una pesadilla…

Pero real, desgraciadamente.

¿En qué consiste, realmente, el ser humano estadísticamente mayoritario?

Carlos Inza